jueves, 19 de abril de 2018

THE DEMOLISHER

Existen como mínimo tres caminos a seguir para todos aquellos realizadores que deseen homenajear en su cine algún género en concreto: por un lado tendríamos a los que asumen con todas las consecuencias las reglas codificadas de un género determinado, representando por desgracia una minoría aquellos que optan por no recurrir ni a posmodernismos ni a demás zarandajas tarantinianas y/o grindhouseras; éste sería, por ejemplo, el caso de S. Craig Zahler, director de las magníficas “Bone Tomahawk” y “Brawl in Cell Block 99”. Por otra parte, estaría la muy extendida alternativa de abordar los géneros, sobre todo aquellos característicos de la década de los 80, desde una perspectiva nostálgico-paródica (“Turbo Kid”, “Hobo with a Shotgun” y derivados), y, ya como última opción, tendríamos aquella que toma como modelo una variante cinematográfica (acción, terror, western, etc…), para, a continuación, ofrecer algo diferente y pretendidamente más elevado a nivel intelectual y/o visual: ésta sería precisamente la filosofía por la que se rige el cine de, entre otros, Nicolas Winding Refn (“Drive”) o Peter Strickland, el responsable de “Berberian Sound Studio”.
Más por intenciones que por talento, en este último grupo podríamos incluir asimismo al responsable (¿o sería mejor decir culpable?) de “The Demolisher”, el canadiense Gabriel Carrer. Carrer ya demostró con su ópera prima, “If a Tree Falls”, ser por encima de todo un pedantuelo que filma con la aspiración de quedar constantemente por encima del género que, según la película, se le ocurra abordar en cada momento. Además, y lo que es aún peor, el director ha evidenciado desde sus inicios ser un exploiter puro y duro, un oportunista que saquea sin el menor reparo hallazgos e ideas ajenas: de este modo, y si ya en su primer film abordaba el género survivalincorporando a su vez toques de ese torture porn que tan en boga estaba hace una década, Carrer dirigiría en lo sucesivo un par de sucedáneos de la saga “Saw” (“Kill” e “In the House of Flies”) para rodar tras “The Demolisher” la demoníaca “Death on Scenic Drive”, una película que, de acuerdo con el alarde de originalidad del que hace gala el director en cada uno de sus trabajos, parece que se mira más en “La casa del diablo”, de su coétaneo Ti West, antes que en ejemplos más representativos del cine satánico de anteriores décadas.
De esta manera, resulta más que evidente que los referentes manejados por el canadiense están muy lejos de ser el exploitation o el grindhouse setenteros: si conoce estas películas, y dudo mucho que lo haga, es única y exclusivamente a través del trabajo de terceros como pudieran ser Ti West o el antes mencionado Winding Refn, al que, por cierto, se llega a citar en los agradecimientos de esta “The Demolisher”. Desafortunadamente, y al contrario que el director de "Bronson", Carrer carece del talento y de la erudición cinéfila necesarias para reinterpretar u ofrecer una visión personal de los géneros de toda la vida, y eso resulta dolorosamente obvio en “The Demolisher”, su particular aproximación al cine de vigilantes y justicieros urbanos.
En ella se nos cuenta la historia de Bruce (el espantoso Ryan Barrett), un técnico informático que decide convertirse en “El demoledor” (una figura vengadora con ecos de El castigador) cuando su mujer, que fue agente de policía, queda paralítica en acto de servicio al intentar impedir que una secta satánica sacrifique a un bebé recién nacido. Por muy atractivo que pueda resultar este punto de partida, y por más simple que sea su argumento, Carrer lo echa todo por la borda al optar por un estilo de cine contemplativo y arty que no encaja en ningún momento con el género y/o con la historia que pretende contarnos: de hecho, este debe ser el único film de justicieros de la historia donde su protagonista no sólo no dispara un solo tiro en toda la película, sino que, además, se pasa más tiempo sentado en el sofá de su casa que patrullando las calles. De este modo, el director no duda a la hora de recurrir a todos los truquitos propios de las películas de prestigio de última hornada para alargar el metraje hasta la náusea y poder alcanzar los noventa minutos de rigor: aquí no faltan el uso indiscriminado de la cámara lenta para las pocas (y mal rodadas) escenas de acción, así como la vacua experimentación con el montaje, la irritante música de sintetizadores o el añadido de una serie de escenas oníricas, no quedando demasiado claro de si éstas últimas son ensoñaciones del poco carismático protagonista o si se tratan simplemente de flashbacks.
En última instancia, “The Demolisher” es un film que se avergüenza tanto de su condición de simple película de género que, de no ser por su título, nos resultaría muy difícil adivinar que nos encontramos ante un film de vigilantes. De hecho, y con el propósito de demostrar que él juega en otra liga diferente del resto, Carrer llega a exhibir en cierto plano, y de forma nada disimulada, un libro del poeta y músico Nick Cave y otro de Chuck Palahniuk, el autor de “El club de la lucha”, para que le quede claro al espectador que sus modelos a seguir no tienen nada que ver con el fascistoide y descerebrado cine de acción. Quizás esta frialdad de la que hace gala Carrer se pueda achacar al hecho de su origen canadiense, pero no creo que debamos caer en el error de confundir contención con inutilidad: “The Demolisher” es una película sin redención posible, un título inaguantable de principio a fín que representaría la antítesis, a pesar de pertenecer en teoría al mismo género, de la infinitamente más honesta “El justiciero” de Eli Roth, estupenda película que, afortunadamente, se encuentra en las antípodas de esta aproximación al cine popular repugnantemente pomposa y hipster.
Y si "The Demolisher" acaba salvándose por los pelos del más absoluto de los desastres es debido al hecho de que Carrer sabe, o, mejor dicho, cree que intuye el aspecto que debe tener una producción respetable, un film festivalero en definitiva, consagrándose con ahínco a la hora de intentar imitar en lo posible su propio concepto de esta idea de cine de prestigio. El canadiense es un director nefasto, pero tampoco creo que sea tonto: sabedor de su incapacidad, intenta disimularla a toda costa con el propósito de que el asunto no se le salga de madre. Básicamente es este control lo que acaba evitando que “The Demolisher” caiga en el más absoluto de los ridículos y llegue a convertirse en un nuevo “The Room”: y es que, por no servir, ni para echarse unas risas sirve… ni para eso vale la hija de la grandísima puta. ¡Ni os acerquéis a ella!