jueves, 17 de mayo de 2018

TERAPIA AL DESNUDO

Realizada con el principal objetivo de sacar partido del tirón mediático del que entonces gozaba el recientemente fallecido José María Íñigo, “Terapia al desnudo” podría encuadrarse asimismo dentro del ciclo de películas protagonizadas en aquella época por Carmen Sevilla, las cuales, y al mismo tiempo que intentaban aprovecharse de la relajación de costumbres a nivel sexual propia del tardofranquismo, contaban asimismo con el plus de explotar la morbosa y espléndida madurez de la más tarde célebre presentadora del “Telecupón”.
Dirigida por Pedro Lazaga, “Terapia al desnudo” nos cuenta la historia de Pablo (Íñigo), un tipo en apariencia normal y corriente que sufre un accidente de tráfico cuando lleva consigo una maleta que contiene varios millones de pesetas procedentes del robo a un banco. A resultas del choque Pablo pierde la memoria y, ante la imposibilidad de poder interrogarlo, las autoridades deciden esperar a que se recupere en la clínica en la que trabaja la sexualmente insatisfecha doctora Esteve (Carmen Sevilla). Ya ingresado en esta institución Pablo desarrollará gracias a la conmoción cerebral causada por el mencionado accidente toda una serie de poderes hipnótico-telepáticos, consiguiendo que de esta manera se hagan realidad sus deseos más íntimos, como por ejemplo - y sobre todo - la posibilidad de ver desnudas a las enfermeras encargadas de su cuidado.
Con una premisa inicial que perfectamente podría pertenecer a uno de aquellos films de la Tercera vía que escribió Garci a mediados de los 70, “Terapia al desnudo” es, sin embargo y al contrario que aquellas, una película sin ninguna gracia ni sentido de la oportunidad que además practica un erotismo de muy baja, bajísima intensidad (de hecho, el único pelo que aquí se ve es el del mostacho del protagonista), y en la que, desafortunadamente, ni siquiera lo prometedor y teóricamente original de su argumento está lo suficientemente explotado en lo que a situaciones cómicas se refiere: de este modo, los casi noventa minutos que dura la película se basan en el estiramiento hasta la náusea de la anécdota de la influencia mental que Íñigo ejerce en sus semejantes (o, mejor dicho, "semejantas") y en mostrar durante la mayor parte del metraje al presentador de “Directísimo” postrado en una cama sin decir palabra y poniendo cara de sátiro, teniendo todo ello como consecuencia que al final la propuesta resulte mucho más sórdida y malrollera que simpática.
De hecho, y antes que viendo una comedia de la época, tanto por el tema que trata como por el ritmo plomizo que arrastra parece que estuviéramos ante un título del hoy tan reivindicado fantaterror, dentro de una trama paracientífica característica del subgénero sin el más mínimo desarrollo ni grandes sorpresas y en la que, para más inri, abundan además el relleno argumental y la psicología de baratillo. Si finalmente merece la pena el visionado de esta peli, una de las cinco que Lazaga dirigió en 1975, es debido precisamente al hecho de lo altamente equivocado a todos los niveles de su concepto de base: así las cosas, los contados momentos realmente eficaces que “Terapia al desnudo” ofrece vienen dados por lo absurdo del hecho de que alguien en algún momento pensara que una comedia erótica protagonizada por José María Íñigo pudiera llegar a funcionar, tanto cinematográficamente como a nivel de taquilla.
Aparte de los chistes a costa del bigotón del amnésico protagonista, y de los desfiles de lencería cortesía de una muy maciza (y perdón por el micromachismo) Carmen Sevilla, lo único que a día de hoy lograría dibujar una sonrisa en el rostro del espectador contemporáneo sería el continúo e inapropiado bombardeo de diálogos misóginos (“De una mujer no importa el nombre, lo que importa es que haga el amor”, declara Íñigo en un momento dado), así como los chistes racistas a costa del hecho de que el bigotudo paciente haya dejado embarazada a una enfermera de color; “Cuando despiertes espero que veas las cosas menos negras.”, le llega a decir Carmen Sevilla a su compañera después de administrarle un sedante (¡¿?!)
Además de estos chascarrillos machistas y xenófobos, lo que verdaderamente redime a "Terapia al desnudo" es el hecho de que exponga sin demasiados remilgos - aunque, eso sí, siempre en tono de comedia - la doble moral imperante en la época, así como el hecho de que la pervertidora influencia que el personaje protagonista ejerce entre los empleados del hospital no esté enfocada desde un punto de vista excesivamente negativo. Por desgracia, Lazaga también opta por centrarse en los aspectos más vulgares, simples y vodevilescos que su argumento pudiera deparar, dentro de una historia en la que el revoltijo de ideas y el todo vale acaban convirtiéndose en norma.
Arropando a un interpretativamente inepto Íñigo, y haciendo más o menos soportable lo desastroso del libreto y la desgana con la que el director aborda el proyecto, tenemos a un variopinto e insuperable plantel de actores entre los que destacan veteranos como Alfredo Mayo junto a principiantes como una muy jovencita (y muy rica... con perdón) Rosa Valenty, además de los ubicuos Manolo Zarzo y Rafael Hernández y un Juan Luis Galiardo que, al igual que ya hiciera en "Una señora llamada Andrés" o "El apartamento de la tentación", aquí también interpreta al marido de Carmen Sevilla.
Mención aparte merece la andaluza, la cual se toma en todo momento en serio tamaño despropósito de película al enfrentarse a su personaje de desinhibida mujer de mediana edad exactamente con la misma voluntariosa pero distante profesionalidad con la que, por esa misma época, daba la réplica a Paul Naschy en "Muerte de un quinqui"  o cuando le tocaba ponerse a las órdenes de Gonzalo Suárez o Eloy de la Iglesia.
Finalmente, y a pesar de ser una película muy, muy flojita, hay que reconocer que gracias a su condición de excentricidad "Terapia al desnudo" es un título que destila un innegable atractivo bizarro, por lo que supongo que sería recomendable al menos para aquellos infatigables degustadores de rarezas de la historia de nuestro cine.